martes, 30 de marzo de 2010

El intruso

No saben que me encuentro detrás de los arbustos, observando sus movimientos, percibiendo sus aromas, invadiendo su intimidad, él es morocho, alto y con un cuerpo envidiable, ella es más bien baja, muy voluptuosa y con unos ojos café haciendo juego con su pelo, ambos están allí, a menos de diez metros en total desnudez, son una clara invitación a la perversión pero yo poseo otro rango, se pasean por este maravilloso jardín, de a ratos se toquetean, comen, hacen el amor y se recuestan sobre el pasto a dormir, una vez intente acercarme para verlos con más detalle, conozco cada pliegue de su humanidad pero la curiosidad siempre rige, ella murmuro entre sueños y muy cuidadoso me aleje devuelta a las sombras no sin antes probar el sabor de su cuerpo, hace tanto que los vigilo que creo improductivo utilizar tantos esfuerzos en esta tarea, pienso que ella intuye mi presencia, siempre que algún animalejo produce ruidos voltea en la dirección en que yo estoy e inclusive casi puedo asegurar que en una ocasión me guiño un ojo, se que insinuar es siempre la mejor arma por lo que he decidido pedirle a una amiga busque hecho alguno para poder ajusticiarles, ella se acerca a ellos y les murmura algo, vuelve mi amiga al escondrijo y orgullosa me mira con sus ojos rasgados, volteo mi mirada hacia el hombre y la mujer desnuda, una sonrisa se figura en mi rostro, al fin pecan, al fin podré arrojarlos fuera de este paraíso que jamás debí compartir con ellos, salgo de los arbustos y camino con una seguridad aterradora, cuando me acerco lo suficiente los señalo con el dedo índice y en un tono omnipotente los acuso.
“¡Adán!… ¡Eva!… ¡han comido el fruto prohibido!”